Nació en Parma, Italia. El espíritu aventurero de su padre Mario lo hizo de niño vivir en África en un pueblo cercano a Trípoli en Libia.
El inquieto papá Mario puso rumbo a la Argentina en 1947. Detrás, toda su familia, esposa y cuatro hijos. Adriano era el segundo. De Bs As a Mendoza, lugar que subyugó al padre de Adriano y que él, a sus 12 años, dio inicio a un idilio con su nuevo hogar hasta el día de su fallecimiento.
Italiano de nacimiento, mendocino desde niño y un amor incondicional por su Italia natal y la Mendoza donde creció, estudió y desarrollo su pasión y romance eterno con el vino. El Liceo Agrícola lo formó como enólogo y consiguió un posgrado en la conocida escuela Coneglio Veneto de Italia.
Emprendedor nato, inquieto, su primera bodega fue Arrayanes, con dos amigos de socios. Simultáneamente era consultor en vinos finos.
Continuó con Nieto Senetiner, producto de la alianza con su familia política. Conservas y vinos. La bodega nació en un inmueble adquirido a Ernesto Perez Cuesta, otro gran emprendedor. Lugar de ensueño y vinos de calidad.
Fallecido su suegro, se apartó de la sociedad comercial y armó una nueva bodega.Viniterra. ”El vino de calidad siempre esta ligado al terruño” repetía.. Vino y tierra.
Dos veces presidente del Centro de Bodegueros, promotor de los caminos del vino y depositario de numerosas distinciones.
Hay mucho más en su historia de emprendedor. No vale la pena abundar, otro es el motivo de esta nota.
En el día de su partida es necesario centrarse en su legado.
La pasión por emprender y la obsesión por la calidad, prevalecían en su personalidad.
Reconocido, respetado y admirado por sus colegas. Somelier de todo vino y catador exacto, numerosos hacedores del vino requerían su sabia opinión.
El lugar de su remanso en los últimos años fue la Finca Villa Rosa. Lugar de reposo, orgullo y encuentro afectivo con amigos. Gran anfitrión y extraordinariamente acompañado por Cecilia Zunino, su compañera esposa desde el 4 de diciembre de 2004. Otra brava emprendedora.
Desde la calma de Villa Rosa, la hermosura del paisaje y los diferentes tipo de vides, Adriano trasmitía su sapiencia del vínculo único y desde siempre con el vino que soñó y elaboró desde joven.
Bodegueros, viñateros, enólogos, productores, innumerables actores ligados a la industria vitivinícola, en la amenidad y belleza de la Villa, intercambiaban ideas, opiniones y extraían de Adriano consejos, experiencia y calificativos sesudos de los vinos mendocinos.
Ese es uno de sus legados. Lo que hizo y lo que enseñó y propagó, con desinterés, emoción y pasión.
Las reflexiones sobre la agitada vida nacional eran también moneda corriente. Lo asombroso era su visión anticipatoria del futuro. Con exactitud y definiciones claras y precisas.
El punto final de su labor creativa fueron dos vinos
Adriano, un tinto especial, su última obra y en el que desde su etiqueta, nos impactó con un texto de elaboración propia, donde dejaba traslucir con profundidad y clara síntesis,lo que consideraba había sido su tránsito por la vida. Impactante y conmovedor.
Theo, fue el vino homenaje al hijo de Milagros, Miluska, su hija del alma. Sin fuerzas para hacerlo por sí mismo, le encargó a un enólogo de su confianza su creación. Cariño de abuelo.
Adriano y Theo, desde las entrañas y con amor expresado, fueron su su obra final.
Los últimos tiempos fueron duros, difíciles y dolorosos. Esa alma impetuosa al viento, estaba apagada por la enfermedad. La compañía abnegada, permanente y amorosa de Cecilia a luz y sombra y de Mili y su familia cuando venían de España, atemperaban el esforzado tránsito diario. Clave también el médico Roberto Furnari. Beto, con su eximia calidad profesional y presencia desinteresada a toda hora, permitió a Adriano muchos años de vida bien llevada y con dignidad los últimos meses.
Amigos cercanos alegraban los encuentros de fin de semana, alrededor de ricos asados o pastas caseras de Cecilia. Todo bien regado, como correspondía. Gourmet exigente y elegante muy cuidadoso de su vestuario.
La partida de Adriano entristece pero a su vez nos deja un fuerte mensaje.
Mensaje y legado de espíritu creador y emprendedor, de amor por el vino concretado en producto de calidad demostrada, de añoranza de la tierra donde nació y a la que volvía con asiduidad y de raíz eterna con la Mendoza al que sus padres trasladaron de adolescente y que el adoptó como si hubiera nacido de un plantín.
Adriano, hombre del secano mendocino, de la Italia imperial, del mundo entero, su espíritu permanecerá entre los viñedos, el tiempo de cosecha, las barricas y las copas de buen vino por siempre.
Nos vemos tano.