Millones de personas en el mundo tienen espíritu emprendedor. Son aquellos que a partir de sueños e ideas novedosas, por sus propios medios intentan materializarlos, asumiendo los riesgos de ello.
Lo pueden llevar adelante en forma individual o constituyendo empresas de diversos tamaños, que van desde pymes a grandes entidades y hasta a grupos empresarios, integrados por diversas compañías con visiones y misiones que pueden ser incluso diferentes.
Nacen así los empresarios; personas que de forma independiente, crean y desarrollan una idea que consideran una solución a las necesidades o deseos de los consumidores, aportando su propio capital, asumiendo los riesgos consecuentes y llevando adelante la dirección y operación de su propia creación.
En las economías occidentales, de sesgo capitalista y donde priman el respeto a la ley, la propiedad privada, el acceso al crédito y la seguridad jurídica, los empresarios han contribuido al desarrollo , mejora y bienestar colectivo de las sociedades en las que se desenvuelven.
Con menor o mayor regulación del Estado, su labor es reconocida en general por los ciudadanos de los países en los que operan y en los de mayor libertad de mercado, como EEUU, son considerados ejemplos a imitar y seguir. El aumento de empresarios innovadores y en competencia entre sí, provee mayor cantidad de bienes y servicios y a un precio más accesible para todos los ciudadanos.
Son bien valorados los empresarios en esas sociedades.
El único límite a la creación y el crecimiento empresario es asegurar la libre competencia y evitar con intervención del Estado conductas monopólicas u oligopólicas, que contrariamente a la función de todo empresario, dejan cautivos e inermes a los consumidores.
Establecidas reglas claras y lógicas de protección a los ciudadanos, el aliento y reconocimiento a la actividad empresaria es promovida y reconocida.
En la Argentina sucede lo contrario en general. Gobiernos autoritarios o con fuerte impronta intervencionista han limitado la actividad de negocios. El mérito no es bien visto por el sentimiento “progresista.”Discrimina y genera privilegios y preferencias indebidas”, señalan.
Prohibido progresar y crecer. “Es a costa de los demás”, son palabras que resuenan con frecuencia, desde ámbitos de poder, algunos cenáculos intelectuales e incluso desde círculos universitarios.
Al descrédito público permanente se le pueden agregar las crisis económicas recurrentes, la falta de acceso al crédito y el continuo intervencionismo y regulaciones múltiples por todos los organismos estatales, provinciales y municipales.
Leyes antiquísimas, de claro signo fascista corporativo regulan las empresas, trabando su accionar y conspirando para la creación y aumento de empleos. Una justicia laboral con claro sesgo antiempresa, aumenta el riesgo natural e incrementa el costo empresario.
Aquellos decididos a crear y arriesgar se vuelven renuentes a promover la creación de nuevos puestos de trabajo e incluso a reemplazar aquellos que cesan por circunstancias naturales o por propia voluntad de los empleados, trabajadores o directivos de jerarquía, aún aquellos considerados necesarios o indispensables.
Todo lo enunciado, sumado, genera un círculo vicioso antiempresario.
En este ámbito general se han movido los empresarios argentinos. Algunos, pese a las dificultades enumeradas han podido permanecer y desenvolverse con crecimiento y respetando las reglas de todo buen desarrollador. Inversión propia, asunción de riesgo, respeto a la ley y el medio ambiente, creación e innovación, conducta moral y ética intachables y responsabilidad social han guiado su accionar. Son minoría.
Muchos quedaron en el camino y muchos también se “adaptaron” al modelo impuesto para nacer, permanecer e incluso crecer, al calor y abrigo confortable del Estado Leviatán y sus inmensos tentáculos que todo lo abarcan.
La inmensa regulación y un intervencionismo creciente han sido tierra fértil para osados en extremo, que les permitió triunfar a unos pocos sobrevivientes y también para el nacimiento de inescrupulosos todo terreno, nadadores exitosos de aguas tormentosas de alta complejidad.
Muchos de estos malos ejemplos y una persistente e intencionada campaña anti empresa han predominado en el sentimiento general.
Todos estos “ argentos pícaros” representan lo contrario a la naturaleza y el verdadero ser empresario. Son también consecuencia y beneficiarios indebidos del perverso sistema instaurado insólitamente en el país.
Ellos representan una parte importante del sentimiento negativo mayoritario de la sociedad hacia los verdaderos emprendedores.
Por algunos vivos, aprovechados e incluso sobrevivientes, son despreciados y descalificados los verdaderos empresarios, aquellos creativos, arriesgados y responsables que aportan a la mejor vida social colectiva. Lo hacen con esmero y gran esfuerzo pese a las inmensas dificultades. Lo mismo son desvalorados.
Claros y más oscuros del desprecio hacia los empresarios en la Argentina. Un hito más en la decadencia que nos envuelve.
Ser empresario en la Argentina no es buena palabra. Todo lo contrario.