La desazón lógica y natural del pueblo boquense por la derrota, en esta ocasión fue mucho mas dura y sufrida que lo acontecido en otras ocasiones, excluida razonablemente la que le propinara River Plate en la final de Madrid.
La semana previa, el clima era excesivamente triunfalista.La dirigencia, Riquelme y sus amigos del Consejo de Fútbol, Cascini, Bermudez, Delgado y Chicho Serna, en sus declaraciones nunca atisbaron la posibilidad de derrota. Imprudente, lo mínimo.
Los millones de hinchas bosteros exudaban ansiedad y el único desvelo de miles de ellos era encontrar la forma de viajar a Rio de Janeiro para disfrutar en vivo y directo la obtención de la séptima copa.
Ahí nació la raíz del problema. Por todos los medios llegaron a Brasil con certeza ganadora. Presencia confiada en extremo.
Juan Román Riquelme exacerbó, luego de la derrota en la final del año 2018, el foco de su gestión. No interesaban los campeonatos locales, al punto que eyectaron a entrenadores de pura estirpe y raíces bosteras que obtuvieron los torneos locales. Todo al negro, sólo interesaba la Copa Libertadores.
Sorprendió igualmente la posición de varios periodistas deportivos que se dejaron llevar por el optimismo exagerado. Justamente ellos debían ser cautelosos, no sólo por su profesionalidad, sino por seguir con atención y mayor conocimiento el presente futbolístico del equipo xeneise. Flojo desempeño en todo el torneo de la Copa y en los certámenes locales.
Boca Juniors llegó a la final sin vencer en ningún partido en los 90 minutos. Las eximias condiciones de atajador de penales de “Chiquito” Romero fue la base, acompañado por la buena ejecución de casi todos los lanzadores del equipo. Salvo el primer tiempo frente a Palmeiras en San Pablo, el equipo nunca demostró buen juego que justificara las grandes expectativas de triunfo en la final.
El combo desafortunado lo completó una habitual característica argentina. Se puede tener confianza y esperanza, es lógico y correcto. Es indebido y sobreabunda en nuestro ser el triunfalismo seguro sin ningún atisbo de duda y el optimismo irreductible.
Había un rival, era brasileño y jugaba en su casa, aunque el terreno debía ser neutral. Otra de las delicias de la Conmebol. La organización de tamaño evento fue desafortunada y el trato indiscriminado a los hinchas boquenses agresivo e injusto. Muchos de ellos fueron impedidos de entrar al estadio, con sus entradas en orden. La emisión televisiva reflejó numerosos lugares vacíos, mientras quienes debían ocuparlos, eran maltratados e impedidos de participar del espectáculo por la dura policía brasileña. No fue una excepción el maltrato.
Para colmo, el equipo y sus jugadores de máxima calidad estuvieron ausentes. Reiterado en Cavani y sorpresivo en el joven Barco. Lo mejor provino de su inesperado goleador en la Copa, el defensor peruano Advíncula, con un golazo y garra y aptitud física exhuberante todo el partido. Acompañó el espíritu de Figal y no mucho más. El entrenador Jorge Almirón ha quedado bajo la lupa. Y hay elecciones en diciembre, con Macri acechando.
Los grandes estadios, el Santiago Bernabeu y el Maracaná, no le sientan bien a Boca Juniors.
Confianza y esperanza sí, soberbia triunfalista no. Reiteramos nuestro defecto y lamentable esencia argenta.¨Condenados al éxito”. Extraño y repetitivo, pese a que nos acompaña más el fracaso en nuestra vida colectiva que los logros. Habitual ceguera ante la realidad.
Urge que aprendamos de nuestros propios errores, nos introduzcamos en la humildad y la prudencia, con esperanza y confianza cierta cuando se dan las condiciones, apartándonos del exitismo infundado y del sino de ganadores permanentes. Nuestra realidad lo desmiente día a día.
El día después es triste y muy difícil de sobrellevar para la “patria bostera”. Resta una esperanza, que la lección se aprenda y nos llegue a todos los argentinos. Hace falta.