El escenario es la catástrofe argentina actual. Alrededor de 90 años con sus vicisitudes, distintos tipos de gobiernos, dictaduras militares, algunas con el dolor de desapariciones, asesinatos y robos, movimientos guerrilleros extremos que se arrogaban con violencia asesina el mandato popular y los últimos 40 años con democracia restaurada, bienvenida por la recuperación de libertades, pero en falta y en caída respecto al bienestar general. Todo con un sino central e indisimulable. Un Estado creciente en caída continua, acompañado por una pérdida de valores trascendentes y un camino unívoco.
La presencia del Estado con preponderancia en la vida colectiva. Definido con diversas palabras, Estado fuerte, Estado grande, Estado presente, Estado para todos, fue creciendo en forma continua hasta transformarse en un monstruo inmenso con cientos de tentáculos, omnipresente en casi todos los aspectos de la vida diaria, regulando e interviniendo todo, hasta convertirse en el poco eficiente y eficaz sistema actual.
El relato oficial, promotor y alentador de este Estado omnipresente, inmenso y poco útil, invadió completamente la discusión pública, con escasas excepciones aisladas, con lo que culturalmente quedó instalado en la memoria nacional.
No había opción a la presencia del Estado que todo lo puede, que en todo interviene, del que todos dependemos y al que debemos lo que tenemos y somos. Un Estado aún mas grande e importante que el Estado de bienestar europeo, que está en discusión y problemas en los tiempos actuales.
Síntesis: Estado inmenso y decadencia continua hasta la catástrofe actual. Instalado y afirmado, con escasa y aislada confrontación en el mundo de las ideas y en el debate social. Sin opción y prácticamente sin contradicción, salvo la expresión aislada del Pro de Mauricio Macri, con éxito geográfico delimitado a la ciudad de Bs As y frustración en su paso por la presidencia con la alianza Cambiemos.
La realidad depara sorpresas. Ocurrió hace dos años y en forma intempestiva. Inesperado, sonoro, sin complejos ni pruritos y por fuera del sistema político tradicional, Javier Milei hizo su aparición en la vida política nacional. A los dos años se convirtió en presidente de la Nación.
Javier Milei en forma caótica, exagerada en ciertos conceptos, terminante y también a veces agresiva, sin complejos ni límites puso en escena y dio inicio a la necesaria batalla cultural.
No es poco y es el tema central que nos ocupa. Desde la afirmación estentórea “Viva la libertad carajo y el ataque sostenido y sin excluir a nadie contra la casta política, causante casi exclusiva de todas las calamidades, según su apreciación, accedió a la máxima investidura nacional y se dio comienzo, en consecuencia, a la necesaria confrontación de ideas excluyentes, negada con persistencia y una combinación de malicia por los sostenedores de un pensamiento único y la ingenuidad de adherentes desprevenidos.
Igualmente se puso en marcha la restauración de valores perdidos, abandonado e incluso excluidos por autócratas populistas.
Bienvenida. Se necesitaba hace tiempo, aunque amanece en momentos muy aciagos. Vale la pena plantear el desafío necesario.
La opción central es Democracia republicana vs Populismo autoritario.
La vertiente concreta trasladada a la vida cotidiana reglada por la función del Estado se concreta en la dicotomía Estado Leviatán inútil vs Estado útil. Esto es muy trascendente. No se trata de obviar o minimizar el Estado hasta convertirlo en intrascendente. Hay que darle la dimensión correcta, disminuir su presencia abusiva y asfixiante, su fruición regulatoria excesiva paralizante e infectada de corrupción generalizada y convertirlo en un Estado útil al servicio del bienestar general y el bien común.
Estado útil, eficaz y eficiente en salud, educación, seguridad, en quienes trabajaron y aportaron durante los años de ley y se retiran con jubilaciones dignas de acuerdo a su trabajo, con respeto a los derechos humanos y liberando, sacando el pie de encima, a fuerzas creadoras, innovadoras, emprendedores, inversores, soñadores y gentes de todo lugar del mundo, que encaminen su futuro en la Argentina, respetando nuestras leyes y pautas de vida.
La casta política tiene una responsabilidad mayor en la tragedia actual. Pero no es la única y es un deber de ella no hacerse los desatendidos ni ofenderse. Estuvieron casi siempre en el centro de la escena, lo que les demanda ser actores principales en la discusión planteada.
Su esfuerzo y compromiso debe ser mayor y el resultado de su tarea fructífera. No es posible una nueva frustración. Debe alejarse de la controversia fútil e inútil para conseguir inevitablemente acuerdos beneficiosos al interés general.
La casta empresaria, casi siempre amiga del poder de turno, prebendaria muchas veces y cazando en el zoológico muchas otras, tiene mucho que aportar en la batalla cultural. Demandan continuamente razonablemente, libertad que las despoje de la maraña de regulaciones y restricciones administrativas que entorpecen y bloquean su tarea. También bregan por disminuir el peso impositivo inmenso que las oprime y la legislación laboral de cuño fascista que regula las relaciones laborales obturando inversión genuina y la contratación de empleo en blanco.
Reclaman con justicia por tribunales y jueces laborales “antiempresa” que en mayoría preocupante fallan en contra de los empleadores, poniendo incluso en muchas ocasiones en riesgo la misma supervivencia de las pymes.
Sin embargo, apenas comenzada la obtención de algunos de sus reclamos, por ejemplo, un valor de dólar lógico y necesario y el comienzo de la eliminación de las numerosas regulaciones bloqueadoras, elevan sus precios exageradamente con ausencia de responsabilidad social y empatía con el sufrimiento de millones de compatriotas. Hipócritas de siempre.
Lo mismo sucede con la casta sindical. Los burócratas sindicalistas millonarios, algunos devenidos en mafiosos, han permitido la caída del empleo genuino posibilitando empleo en negro y desempleo, sosteniendo a su vez leyes laborales antiguas fascistas, reactivas a la creación de empleo y propiciando trabajadores desempoderados. Representan cada vez a menor cantidad de trabajadores, mientras cuidan y representan con fruición sus “propios intereses”. Van camino al segundo paro general transcurridos apenas tres meses de gestión.Inconcebible e irresponsable.
La casta judicial es otra y de la más importante que debe entrar en la discusión y planteo sobre el basamento cultural nacional.
La ciudadanía sufre la burocracia judicial cuando dirime sus conflictos en los tribunales y los delincuentes y la corrupción se aprovechan de jueces venales, garantistas in extremis y/ o militantes K. Ojos bien abiertos, boca parlanchina y balanza inclinada, conspiran contra la equidad, los intereses legítimos, el equilibrio, la objetividad y la confianza en el último bastión de seguridad jurídica colectiva.
La casta de los jueces, posibilitó impunidad frente a una corrupción pública dominante, garantismo extremo casi abolicionista frente al delito criminal y una burocracia exasperante que prolonga a tiempos extensos la resolución de los conflictos de la vida diaria. Mucho por debatir y analizar.
La casta del empleo público está en primera fila. Millones arropados en las diversas capas estatales tienen que invariablemente colaborar con la opción ineludible de arribar a un Estado útil. El populismo pobló el Estado de militantes privilegiados que no cumplen ninguna tarea y sólo acompañan los delirios y tropelías de funcionarios jerarquizados, que ineficaces e ineficientes demuelen con persistencia la función del Estado; servir los intereses de los ciudadanos mandantes. Privilegiados con estabilidad propia la mayoría de ellos.
Hay muchas más castas, la de la salud, los medicamentos, la de la cultura y el pensamiento, entre otras, cuyo análisis obviaremos en honor a la brevedad, pero que están también en el centro de la escena de la batalla cultural.
Dato importante a considerar: Coexiste con la confrontación de ideas y modelo de vida planteadas, una política económica de ajuste feroz contra la inflación, sin antecedentes conocidos en el mundo contemporáneo. Reducir velozmente un 5% del déficit fiscal. El remedio no debe ser peor que la enfermedad El peligro de que ello suceda no es ilusorio. Está latente.
El gobierno de Javier Milei debe tener en su máxima consideración la situación de riesgo real existente. Por exceso no puede ponerse en peligro el camino del cambio necesario e impostergable.
Enhorabuena la contradicción en marcha, borrada y excluida durante tantos años de la discusión pública. Se plantea un debate cultural que la Argentina demanda con fruición. El lamentable estado de la sociedad argentina lo requería hace mucho tiempo. Doloroso daño ha provocado el pensamiento unidireccional degradante.
Las cartas están por fin sobre la mesa y el juego abierto. Que sea fructífero y planteado por los actores principales y la sociedad vigilante,con inteligencia, prudencia , responsabilidad y patriotismo.
Millones de argentinos llevan años de privaciones y ausencia de futuro y el momento actual de cambio profundo y veloz, agrega tensión y zozobra.
La sociedad debe actuar en defensa propia, aventando los fantasmas del pasado para siempre y promoviendo un modelo de sociedad previsible, basado en libertad responsable, estado republicano democrático y futuro de vida tranquila que garantice bienestar general al esfuerzo del trabajo digno, el conocimiento y el emprendedurismo. Cuestiones simples, lógicas y de sentido común.